Blog 6 Nico

Me mudo con mi pareja a un piso nuevo. En nuestra planta solo vive una vecina: una señora mayor, súper amable, sin familia. Nos hacemos amigos porque es un encanto. Hablamos a menudo, me cuenta historias, y a veces le llevo comida. Un día, la veo con una bolsa de cuero pesada. En el ascensor, le da un ataque y muere. En la bolsa hay un montón de dinero y una carta: quiere donarlo todo a un partido de ultraderecha que odia a los inmigrantes, niega el cambio climático y no apoya denunciar la violencia de género. Nadie sabe de esto. ¿Cumplo su deseo o me quedo el dinero?

Lo pienso rápido. Cumplir su deseo es respetar lo que ella quería. Es su dinero, su decisión, y traicionarla me haría sentir fatal. Legalmente, es seguro: puedo entregar el dinero sin problemas. Pero estarí ayudando a algo horrible que va contra mis valores, como si ayudara a hacer daño. Quedármelo es como robarle a una amiga muerta, y la culpa me pesaría. Además, si alguien lo descubre, podría meterme en líos legales, aunque sin testigos es poco probable. Con el dinero, podría pagar el piso o donarlo a causas buenas, como ayudar a inmigrantes o víctimas de violencia.

Antes de decidir, pienso en ella. ¿Por qué alguien tan bueno apoyaría algo tan malo? Tal vez tenía miedo, o vivió cosas que la hicieron pensar así. No lo sé, pero eso no cambia que el dinero en esas manos podría hacer daño. Si me lo quedo, podría usarlo para algo mejor, pero ¿es suficiente para justificar traicionarla? Pienso en el futuro: si entrego el dinero, ese partido ganará fuerza, y sus ideas podrían herir a mucha gente. Si lo uso bien, podría marcar una diferencia positiva, aunque sea pequeña.

Decido quedarme el dinero. No por egoísmo, sino para evitar que financie odio. Lo donaría con cuidado a grupos que defiendan a inmigrantes, el medioambiente y las víctimas de violencia. Sé que me sentiré mal por traicionarla, pero el daño que evitaré es más importante. Con una parte, podría aliviar la hipoteca. Es arriesgado, pero con precaución, creo que es lo justo.