última voluntad

Me he mudado hace poco. El piso es bonito, pequeño, pero acogedor. Solo hay dos puertas en el rellano: la mía y la de una vecina. Un día, mientras subía cajas, ella salió a saludar. Es una señora mayor, de las de antes. Muy maja, muy dulce, muy amable. Desde entonces empezamos a hablar todos los días. Me traía bizcochos, me preguntaba cómo estaba, me contaba cosas de su vida. No tenía hijos, ni familia. Decía que ahora me tenía a mí.

Una tarde la vi en el pasillo. Llevaba una bolsa de cuero muy grande, parecía muy pesada. Caminaba lento, con dificultad. Le ofrecí ayuda y me dijo que sí, que le venía bien. Fuimos juntas hacia el ascensor. En ese momento, de repente, se paró. Se llevó la mano al pecho. Se cayó al suelo. Intenté sujetarla, hablé con ella, llamé al 112. Pero no respondía. Murió allí, a mi lado. Me quedé en shock.

La bolsa seguía en el suelo. Pensé en buscar su DNI, algún contacto, algo. Abrí la cremallera. No podía creer lo que veía. Estaba llena de billetes. Muchos. Una cantidad enorme. También encontré un sobre con su letra. Decía que era su última voluntad. Quería donar todo ese dinero a Vox.

Me quedé sentada mucho rato. No entendía nada. Esa mujer tan buena, tan generosa, tan alegre… ¿por qué quería dar todo ese dinero a Vox? A un partido que no representa lo que yo creo, que no cuida a la gente como ella. Me dolió. Sentí que no podía cumplir ese deseo. No me parecía justo. No lo sentía correcto.

Yo no voy a entregar ese dinero. No a ellos. Ella ya no está. Y aunque me duela no seguir lo que puso en esa carta, no puedo hacerlo. No me nace. No lo considero correcto. Voy a usar ese dinero para hacer el bien. Para ayudar. Para cuidar, como ella cuidó de mí sin pedirme nada. Eso sí lo habría querido. Estoy segura.

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