Blog XVIII (5/6)

Hoy ha sido uno de esos días que uno nunca imagina vivir. En plena mudanza a nuestro nuevo hogar, mi marido y yo conocimos a nuestra única vecina de rellano: una señora mayor, amigable y siempre dispuesta a hablar. Según iban pasando las semanas, se convirtió en una presencia cálida, casi familiar. No tenía ni hijos ni parientes cercanos, así que, en cierto modo, estábamos ocupando un pequeño lugar en su vida solitaria.

Esta tarde, mientras la ayudaba a llevar una bolsa pesada hasta el ascensor, se empezó a marear y a compulsar, lo que podría indicar un ataque al corazón. Me asusté, intenté sostenerla y hablarle, pero en pocos segundos cayó en mis brazos, y poco después murió ante mis ojos, sin que pudiera hacer nada. Agobiada, llamé a la ambulancia rápidamente, aunque ya era evidente que no se podía hacer nada por ella. Los sanitarios confirmaron lo que yo ya intuía, y después de que se la llevasen, quedé sola en el pasillo, con esa bolsa en las manos. No sabía qué hacer con ella, pero algo me impulsó a llevarla a mi casa y abrirla. Al abrirla, me encontré con una cantidad indecente de dinero en efectivo, cuidadosamente ordenado en fajos, y junto a él un sobre con sus últimas voluntades. Lo abrí con manos temblorosas. En él, expresaba su deseo de donar la gran cantidad a Vox.

Me paralice. No comparto ni sus ideas políticas ni los valores que ese partido representa. Sin embargo, el dinero era suyo, y su voluntad, clara. Moralmente, me enfrentaba a un dilema enorme: respetar sus deseos, por muy contrarios que fuesen a los míos, o actuar en conciencia, desde mis propios principios y valores éticos.

Tras reflexionar tranquilamente y consultarlo con mi marido, tomé una decisión. No entregaré el dinero a un partido político con el que discrepo profundamente. Sería, para mí, una traición a todo lo que defiendo. Pero tampoco me lo quedaré ni lo utilizaré para beneficio propio. No podría vivir con esa carga. Por ello, decidí destinar esa suma a fines que, desde mi perspectiva ética, contribuyan al bien común, como la educación, la igualdad y la justicia social. Sé que no será su voluntad exacta, pero sí un legado que respete su generosidad, sin traicionar mis principios. Al fin y al cabo, su gesto fue de entrega y confianza. Solo intento redirigir ese gesto hacia un futuro que, desde mi punto de vista, sea más justo y compasivo.

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