Blog XVII
Querida madre, si te llega esta carta, ya estaré muerto.
Espero que estas próximas líneas, escritas durante mi poco tiempo restante en este mundo, te ayuden a saber que hasta el último instante siempre te mantuve presente en mis pensamientos.
Sé perfectamente lo duro que será este momento para ti, pero no llores por mí, puede parecer una petición bastante difícil, pero tienes que saber que fue gracias a ti que fui feliz en esta vida. Cada día de mi vida estuvo lleno de tu amor, tus palabras y tus consejos. Guárdame en tu corazón, no con tristeza, sino con el orgullo de saber que me enseñaste a caminar por la vida con honor.
No guardes rencor por lo que me ha sucedido, es esta misma guerra la que nos arrebata tantas cosas, y el odio simplemente alargará el sufrimiento.
Al igual que yo, para otras personas es este su último día, y al día siguiente otras muchas caerán. Me parte el pensar en la gran cantidad de familias que se destrozan a diario por el simple hecho de defender una ideología y espero que, junto a mi muerte, como una de las miles que pasaron, pasan y pasarán, hagan ver que el amor de una madre y un hijo vale más que cualquier bandera.
No me caben las palabras para demostrarte cuánto te extrañaré, y no para de dar vueltas por mi cabeza la culpa al no haber aprovechado el pasar más tiempo contigo. Lamento el dolor que mi muerte dejará en ti, pero no tengo miedo, madre, porque sé que todo lo que soy fue gracias a ti, y eso nadie podrá arrebatármelo.
Me despido entonces, con lágrimas en mi rostro, antes de partir, deseando habernos visto una última vez.
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