Blog XVII

 Querida madre.

Cuando estas líneas lleguen a tus manos, lo más probable es que yo ya no esté en este mundo. Me encuentro en un lugar oscuro, rodeado de barro, frío y silencio. La suerte me ha dado la espalda, madre, y aunque el cuerpo tiembla de miedo, quiero escribirte para que tengas en estas palabras el recuerdo de tu hijo.

Te acordarás, madre, de aquel día en que partí hacia el frente, lleno de orgullo y de fe en la causa que decidí defender. Sentía en el pecho el ardor de quien cree luchar por España, por el honor y la patria, y no dudé un instante en alistarme para luchar al frente. Pensaba entonces que con nuestra fuerza y nuestro valor acabaríamos rápidamente con esta guerra que ha llenado de odio y llanto cada rincón del país.

Han pasado muchos meses desde entonces, y la guerra me ha cambiado. He visto el horror de cerca y he aprendido que, en el campo de batalla, las banderas importan menos que la vida de un compañero que se apaga. Aun así, hasta el final, me mantuve firme. Pero no pudimos vencer en Guadalajara. Fuimos sorprendidos por las tropas enemigas, y tras horas de combate, caímos. Me capturaron junto a otros hombres, y desde ese momento supe que mi destino ya estaba marcado.

Han decidido que mañana al alba nos fusilarán. Nos acusan de ser enemigos, de llevar en el pecho un ideal por el que luchamos creyendo que era lo justo. Pero aquí, en este rincón de la guerra, ya no hay justicias ni bandos, solo hombres que se miran a los ojos con el mismo cansancio y la misma tristeza.

No llores, madre, te lo suplico. Me duele pensar que estas palabras puedan arrancarte lágrimas. Te llevo en mi corazón, madre, ahora y siempre. Nos veremos algún día, allá donde no haya más guerras ni despedidas. Hasta entonces, reza por mí y sonríe, aunque te cueste. No me gustaría que la muerte de tu hijo fuera también el final de tu alegría.

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