Blog 5 Autoria pablo chao
Hace unos meses, mi pareja y yo nos compramos un piso. Estábamos muy ilusionados. Era un piso pequeñito, pero perfecto para empezar nuestra vida juntos. En nuestro rellano solo había otra puerta, la de nuestra vecina.
El primer día de mudanza apareció ella. Era una señora mayor, con el pelo blanco recogido en un moño, un abrigo de lana gris y una sonrisa que iluminaba el pasillo. Se llamaba Amalia. Nos trajo unas magdalenas caseras y nos dijo que si necesitábamos algo, podíamos contar con ella. Desde ese día, empezó una relación muy bonita entre nosotros.
Amalia era dulce, educada, siempre tenía alguna historia curiosa que contar. Nos hablaba de su juventud, de su marido que ya no estaba, de cómo pasaba las tardes leyendo novelas antiguas. No tenía hijos ni familia cercana. Decía que nosotros éramos como sus nuevos nietos.
Un día, bajábamos todos en el ascensor cuando la vi con una bolsa de cuero enorme. Le ofrecí ayuda, pero insistía en llevarla ella sola. A mitad del camino, se paró en seco, se agarró el pecho… y cayó. Intenté ayudarla, llamamos al 112, pero ya era tarde.
Llamaron a la policía, vinieron los servicios médicos. Cuando revisaron sus cosas, me preguntaron si yo era de confianza, y me entregaron la bolsa. Dentro había fajos de billetes, montones. Y un sobre cerrado.
Lo abrí. Era una carta, escrita a mano. Ponía que todo ese dinero quería donarlo a Vox, el partido político. Me quedé en shock. Nunca nos había hablado de política.
Esa noche no dormí. Pensé en ella, en lo buena que fue con nosotros. Pero también pensé en el país, en el futuro.
Al final… no cumplí su voluntad. No pude. Doné una parte a una ONG de ayuda a personas mayores solas. Otra parte la usamos para ayudar a pagar la hipoteca.
Sé que rompí su deseo, pero también sé que usé ese dinero para algo que creo que le habría hecho sentir orgullosa. O al menos… eso quiero pensar.
Comentarios
Publicar un comentario