¿Se lo cuentas?
Hace un par de meses recibí una llamada telefónica de un número desconocido. Normalmente no suelo coger ese tipo de llamadas ya que pienso que van a intentar venderme algo que no me interesa, así que de esa manera ahorro mi tiempo y el del vendedor. Sin embargo, hacía una semana que me había cambiado de teléfono, y al hacerlo, había perdido todos mis contactos, de modo que decidí descolgar. Me saludó un chico preguntando si era Irene, a lo que decidí responder "depende", sólo por si acaso, a pesar de que la voz se me hacía extrañamente familiar. Rápidamente me dijo su nombre y me explicó que nos habíamos conocido hacía un año por unos amigos en común. Continuó diciendo que una noche que quedamos para cenar, yo le había contado una terrible historia que hasta ese entonces yo había tenido completamente olvidada. Sinceramente, recordarla me dio escalofríos.
Resulta que el mismo día que le conté este secreto a este chico, mi amiga Ainara me la había confesado entre sollozos. Ella me contó que semanas antes de que su padre falleciera, él había sido el causante de un accidente de coche que acabó con la vida de un niño de 7 años, que había sido noticia durante un largo tiempo. Fue totalmente terrorífico escuchar esa historia, pero no debí de darle demasiada importancia horas después (con unas copas de más encima), cuando decidí contársela a este chico (lo que en parte explica porqué no volvimos a quedar).
El caso es que en la llamada, el chaval me admitió que no había podido olvidar aquella historia durante todo este año que habíamos perdido el contacto, y que no conforme con eso, había decidido escribir un guion y venderlo a no se qué plataforma. Finalmente, como fui quien le inspiró para escribir la historia, me contó que le habían ofrecido 1 millón de euros por el guion, y que estaba dispuesto a compartir la mitad del dinero conmigo. En un principio, mi cabeza reprodujo la palabra "sí" al menos 10 veces en 1 corto segundo. Sin embargo, tras pensarlo durante tiempo, me pregunté hasta qué punto sería moral y éticamente correcto el hecho de aceptar aquel dinero. Además, yo nunca le había contado a mi amiga que había extendido su secreto, y no pretendía hacerlo. De esta manera, tras 15 largos segundos en silencio, decidí tomar la decisión que supuse que sería la correcta, y a día de hoy estoy segura de que no me equivoqué.
Así que bueno, me encuentro ahora escribiendo este texto en una tumbona tomando el radiante sol en una playa desierta de Bali, mientras me tomo una refrescante piña colada y dejo mis preocupaciones de un lado.
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