¿Se lo contarías?

 Esa llamada me deja en shock. No esperaba volver a saber de él, y menos con esa noticia. Me cuenta emocionado que ha escrito un guion basado en lo que le conté aquella noche, y que una plataforma está dispuesta a pagarle un millón de euros. Para colmo, me dice que quiere darme una parte del dinero porque, según él, la historia vino de mí.


No sé qué decir. Por un lado, es mucho dinero, una oportunidad única. Pero, por otro lado, pienso en mi amiga. Aquella noche, cuando me lo contó, estaba rota. Confió en mí porque necesitaba soltarlo, no porque quisiera que su historia acabara en una película. Además, aunque no mencioné su nombre ni detalles concretos, era algo muy íntimo y doloroso. Me siento culpable.


Después de colgar, paso horas dándole vueltas. ¿Debería contarle lo que pasó? ¿Y si no se entera nunca? Pero si se entera por otro lado, sería aún peor. Al final, decido hablar con ella. No puedo quedarme callada. Se lo cuento todo: que aquella noche me traicioné a mí misma hablando de más, que ese chico lo convirtió en un guion y que me ofrecieron dinero.


Su reacción es dura. Llora, se enfada, me dice que nunca lo hubiera esperado de mí. Me siento fatal, pero prefiero enfrentarme a esto que esconderlo. Finalmente, llegamos a un acuerdo: rechazo el dinero y ella decide si quiere actuar contra el guion. Aprendo la lección: algunas historias no nos pertenecen, y la confianza de un amigo vale más que cualquier cantidad de dinero.

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