Lipograma
Vocal omitida: u.
Abrí el armario con ansiedad, pensando en cómo afrontaría el día. Otra vez notaba esa extraña sensación: me recorrían temblores, temblores bajándome por toda la espina dorsal. Percibía a mis sentidos advertirme del peligro. Sentía el corazón palpitándome exaltado, gritándome, desgarrándome por dentro. Anhelé ignorarlo pero me era imposible.
Avanzaba sin mirar atrás con diligencia de no tropezar con la próxima piedra. Desconocía cómo la piedra había llegado allí. La realidad era: cientos de piedras colocadas por persona ajena.
Detrás de mi cabeza oigo el bisbiseo. Paso tras paso va en incremento. Llegado el momento, ese bisbiseo era el clamor mas alto jamás percibido.
Ya no se trataba de sospechas, me acechaban. Estaba completamente en lo cierto.
De repente no recordaba nada. Me desperté en otra habitación sombría, tenebrosa, desconocida. Tan solo se percibía con eco la respiración agitada. Lo sorprendente de todo era la familiaridad de esa respiración. La había oído con anterioridad y eso era lo mas terrorífico.
Intenté correr, escapar de las atroces manos. Sin embargo, no logré nada. Esa malévola persona me raptó y me metió en el mayor trance posible. Estaba atada de manos y piernas, completamente inmovilizada. Mientras examinaba la escena noté como mis ojos deseaban cerrarse. Batallé horas y horas contra la necesidad de dormir. El cansancio se apoderaba de mí, no hallaba más energía para pelear. Lentamente dejé al agotamiento vencerme. Lo más reciente visto por mis ojos eran los de él. Ese horrible escalofrío regresó al reconocer a mi marido, o lo restante de él. Estos eran los ojos de mi marido pero no lo era esa mirada. Noté el destello de la felicidad en la mirada al comprender el cese de mi combate. Escogí cerrarlos para no ver mas al impostor ese. Preferí no presenciarlo conscientemente.
Comentarios
Publicar un comentario