Lipograma: i

 Hace muchos, muchos años, en la plaza de un pequeño pueblo del norte de Japón, se juntaban los jóvenes a la luz de la luna. En ese lugar, decenas de mercantes procedentes del oeste cada noche preparaban puestos llenos de productos nuevos y sorprendentes para esa aldea. Marta, una joven de apenas 17 años, absorta entre todos esos encantos, se acercó a donde un señor mayor con cara de ser un experto en muchos temas. Se percató de que a pesar de tener decenas de objetos a la venta, estos estaban tapados por cajas de madera.


Marta estupefacta ante aquellos reservados objetos que se guardaban en esas cajas, robó una y se la llevó a su casa. A la mañana, al despertar, destapó la tapa y se encontró con una gran bola compuesta por pequeños cachos de rocas lunares. En ese momento, notó un murmullo el cual le susurraba que se acercará a donde el señor y le enseñara aquella esfera.


Esperó al anochecer, se armó de valor y fue donde el mercado de nuevo. Se percató de que el señor ya le estaba esperando y al acercarse le expresó estas palabras: “Ahora es tu turno”. De repente, el señor se esfumó entre la humareda y la joven de repente se encontró en un lugar completamente nuevo para ella, el Sahara. Tuvo que pasar semanas y meses andando sola entre las dunas. Tras un año deambulando, se encontró con cuatro hombres, los cuales la llamaron por su nombre y demandaron que se acercase a ellos. Ella, acató sus órdenes y al acercarse se percató de la semejanza de estos hombres con el señor de aquel pueblo. Al parecer, ellos formaban parte de una casta de magos que buscaban a gente con ganas de aprender cosas nuevas. Le rogaron que les acompañase otro mercado en Canadá. Aceptó y le contaron que su deber era guardar todas sus enseñanzas acumuladas a lo largo de su trayecto por el Sahara. De esa manera, otro joven al robar la bola, se adentrase en un nuevo trayecto lleno de nuevas enseñanzas.

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