Me he mudado con mi pareja a nuestro nuevo piso. Es un edificio pequeño, y en nuestro rellano solo hay dos puertas: la nuestra y la de una vecina mayor. Desde el primer momento en que la conocí, me cayó bien. Una señora encantadora, educada y con principios. No tenía hijos ni familia cercana, pero tenía una energía y una alegría contagiosas. Con el tiempo, nuestra relación se hizo más cercana. Siempre tenía una historia interesante que contar y, sobre todo, compartíamos una visión clara sobre la realidad de España. Nada de discursos progres financiados con dinero público ni de adoctrinamiento ideológico. Veía el mundo con la claridad que muchos han perdido. Un día, mientras subía con una bolsa de cuero grande y visiblemente pesada, la ayudé a llegar al ascensor. De repente, su cuerpo se desplomó. Intenté reanimarla, pero fue en vano. Murió en mis brazos. La escena fue dura, pero lo que vino después me dejó helado: dentro de la bolsa había montones de billetes y un sobre con sus ú...
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