Blog 2/6 Zuriñe

 La situación que viví me hizo pensar mucho sobre cómo estamos hablando de política hoy en día. Lo que más me sorprendió no fue la diferencia de ideas, sino la facilidad con la que algunas personas hablan con odio o violencia sin darse cuenta del daño que hacen. Creo que eso es un síntoma de algo más profundo: hemos normalizado un tipo de lenguaje que antes nos habría parecido inaceptable.

Para mí, la conclusión es que el problema no está en ser de izquierdas o de derechas, sino en perder el respeto básico hacia los demás. Podemos discutir, podemos no estar de acuerdo, pero desear daño a otra persona no puede ser una broma ni una forma de expresarse. Cuando justificamos ese tipo de comentarios, aunque sea riéndonos, estamos enseñando que odiar está bien.

También me di cuenta de que las relaciones cambian cuando los valores dejan de coincidir. No hace falta pensar igual; lo importante es compartir unos mínimos: respeto, empatía y la idea de que la violencia no tiene cabida. Si esos mínimos desaparecen, es normal sentir distancia o incluso decepción.

Lo que más me preocupa es que estas actitudes se transmiten a los más jóvenes, que aprenden de lo que ven y oyen. Si escuchan odio, repetirán odio. Si ven que nadie corrige un comentario agresivo, pensarán que es normal hablar así.

Por todo esto, creo que debemos ser más conscientes de cómo hablamos y de lo que permitimos en nuestro entorno. No se trata de censurar, sino de poner límites sanos. Y, sobre todo, de elegir rodearnos de personas que, aunque no piensen como nosotros, sí respeten la dignidad de los demás. Porque sin respeto no hay convivencia, y sin convivencia no queda nada.

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