Blog 2/6 Esther Basauri

 Blog 2/6 Esther Basauri


Hace unos días fui a comer a casa de un amigo al que conozco desde hace años. Siempre hemos tenido ideas políticas muy distintas, él es más de derechas y yo no, pero aun así nunca había sido un problema. Sin embargo, desde hace un tiempo notaba que estaba mucho más extremista, así que evitábamos esos temas. Todo iba normal hasta que, de pronto, su hijo dijo que al presidente “habría que pegarle un tiro”. Me quedé en shock, no solo por lo que dijo, sino por ver la reacción de su padre: en lugar de corregirle, parecía estar complacido, incluso orgulloso.

Me quedé paralizada, sin saber muy bien cómo reaccionar. En la mesa se hizo un silencio muy incómodo, de esos que pesan en el ambiente. Miré directamente a mi amigo esperando que dijera algo, que pusiera un límite, aunque fuera un simple “no digas eso”. Pero no, lo único que vi fue una sonrisa disimulada y una mirada que lo decía todo. En ese momento entendí que no solo se había terminado la comida, sino que también se estaba rompiendo algo entre nosotros.

No soy de montar espectáculos ni de ponerme a discutir a gritos, pero tampoco podía hacer como si nada. Así que, con calma pero muy claro, le diría a mi amigo que una cosa es pensar diferente y otra muy distinta justificar la violencia. Que desear la muerte a alguien no es una opinión política, es cruzar una línea muy grave. Si ese era el ambiente de su casa, yo no tenía nada que hacer allí. Me levantaría, avisaría a los míos y me iría. Hay cosas que no se pueden dejar pasar por mucha confianza que haya habido antes.

De todo esto me quedé con una sensación de tristeza enorme. Me preocupa ver cómo se está volviendo normal hablar con odio, incluso delante de chavales. Que un adolescente diga algo así no es ser rebelde ni gracioso, es reflejo de lo que escucha en casa o en los medios que ve todos los días. Duele pensar que alguien con quien antes podía hablar tranquilamente ahora aplauda ese tipo de mensajes. Y aún más duro es pensar qué futuro nos espera si educamos a los jóvenes desde la rabia en vez de desde el respeto. Porque la democracia no se rompe de golpe, se va desgastando en momentos como este.

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