Blog 2 Unai
La semana pasada estaba comiendo con uno de mis mejores amigos y con su familia. Hacía tiempo que no coincidíamos todos y el ambiente al principio era tranquilo. Aunque él y yo tenemos ideas políticas muy diferentes, siempre nos hemos respetado. Nunca hemos permitido que esas diferencias afecten a nuestra amistad. Por eso, la comida transcurría con normalidad y buen ambiente.
En ningún momento estábamos hablando de política ni de temas conflictivos. Comentábamos cosas cotidianas, anécdotas del trabajo y del día a día. De repente, sin venir a cuento, su hijo mencionó al presidente. Lo hizo con un tono desafiante y despreocupado al mismo tiempo. Entonces soltó que al presidente “habría que pegarle dos tiros”.
La frase me dejó completamente helado. No solo por la violencia de sus palabras, sino por lo natural con la que las dijo. Miré a su padre esperando una corrección inmediata. Sin embargo, él se limitó a reírle la gracia como si fuera un chiste sin importancia. En ese instante sentí una profunda incomodidad.
No se trataba de política, sino de valores y de educación. La violencia nunca debería ser una broma, y menos delante de un menor. El silencio que siguió se volvió pesado y difícil de soportar. Yo sentí la necesidad de decir algo, aunque fuera con respeto. Así que expresé que ese tipo de comentarios no me parecían adecuados.
Hubo un silencio tenso que lo dijo todo. Nadie respondió, pero el ambiente ya había cambiado por completo. Comprendí que pensar distinto es normal y hasta necesario. Pero fomentar el odio y la violencia nunca puede ser una opción. Aquella comida terminó dejándome una reflexión que aún hoy me acompaña.
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