Blog 2 - Haizea Calvo Cuesta
El otro día fui a comer a casa de un amigo de toda la vida. Aunque él es conservador y yo de izquierdas, siempre nos habíamos entendido, pero últimamente le notaba más radical y evitábamos hablar de política. Estábamos todos en la mesa cuando, de repente, su hijo soltó que al presidente había que "meterle dos tiros". Lo que me dejó de piedra no fue solo la frase, sino ver que el padre, en vez de regañarle, le miraba con satisfacción, como si estuviera orgulloso de esa violencia.
Me quedé completamente helado, con el tenedor a medio camino. Se hizo un silencio incomodísimo en la mesa, de esos que se cortan con cuchillo. Lo primero que hice fue mirar a mi amigo a los ojos, esperando que saltara, que corrigiera a su hijo, un simple "eso no se dice" o "ten respeto". Pero lo que vi me dolió más que la frase del chaval: vi una media sonrisa, una mirada de complicidad y satisfacción. En ese momento supe que la comida se había acabado y, probablemente, nuestra amistad también.
Yo no montaría un escándalo ni me pondría a gritar, porque eso sería ponerme a su altura, pero tengo claro que no me puedo quedar callado ante una barbaridad así. Muy serio, y mirando a mi amigo (porque la culpa no es solo del chaval, sino de lo que mama en casa), le diría: "Oye, una cosa es que pensemos diferente en política y otra muy distinta es desearle la muerte a alguien y normalizar la violencia. Si esto es lo que celebráis en esta casa, yo aquí no pinto nada". Acto seguido, me levantaría, le haría un gesto a mi familia y nos iríamos. Hay líneas rojas que no se pueden cruzar por mucha amistad que hubiera antes.
La reflexión que me queda de todo esto es de pura tristeza y mucha preocupación. Me da miedo ver cómo se está normalizando el odio en las sobremesas. Que un chaval de 17 años pida "tiros" para un presidente no es rebeldía, es el resultado del veneno que escucha a diario en su salón o en la tele. Me duele ver cómo el fanatismo se ha comido a la persona con la que antes podía dialogar, y me preocupa aún más qué clase de sociedad estamos creando si los padres aplauden esa agresividad en lugar de educar en el respeto. La democracia se empieza a romper justo ahí, en esa mesa.
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