Blog 2 Alicia

 El otro día fui a comer a casa de un viejo amigo, con quien siempre me habí­a entendido a pesar de tener ideas políticas opuestas, ya que él es conservador y yo, de izquierdas. Sin embargo, últimamente había estado notando como poco a poco se radicalizaba. Al principio, la comida fue bastante bien, ya que habíamos evitado hablar sobre temas políticos. Sin embargo, no se muy bien como, acabamos tocando el tema de la política y en un momento, el hijo de 17 años de mi amigo dijo una frase que me dejó boquiabierta: “al presidente había que meterle dos tiros". Esto me impactó profundamente, pero no  solo por la brutalidad de la frase, sino por la reacción de mi amigo, que en lugar de corregirlo, lo miró con evidente satisfacción y orgullo. El silencio que se instaló en la mesa fue insoportable, y en ese momento, al ver su media sonrisa de complicidad, supe que nuestra amistad había terminado.


Decidí que no podía quedarme en silencio, pero tampoco podía enfadarme. Mantuve la compostura y seguí comiendo. Sin embargo, más tarde hable un momento a solas con mi amigo y le dije que pensar diferente es una cosa, pero desear la muerte a alguien y normalizar esa violencia es otra muy distinta y si esto es lo que se enseñaba en esa casa, yo no tenía nada que hacer allí.



Esta experiencia me dejó una profunda tristeza y gran preocupación sobre la sociedad actual. Me angustia ver cómo el odio y la agresividad poltica se están normalizando e incluso celebrando en el ámbito familiar. Que un joven hable de "tiros" no es normal, es un reflejo de lo que escucha en casa. Me entristece mucho ver cómo el fanatismo ha cambiado a mi amigo y ya no sabe hablar sin rabia. Y me preocupa qué pasará más adelante, porque si los padres celebran el odio en lugar de enseñar a ser respetuosos, significa que estamos empezando a crear una sociedad peor.



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