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Los grafitis siempre me han parecido una forma libre y bonita de expresarse, porque muchas veces detrás de un dibujo en la pared hay una idea, una historia o una emoción que alguien quiere compartir con el mundo de manera original.
Hay grafitis que me pareen muy bonitos, sobre todo aquellos que tienen relación con el lugar donde están pintados, porque parece que encajan con el entorno y le dan personalidad al sitio, como si la calle tuviera un poco más de vida gracias a ese toque de color. Me gusta cuando el arte urbano aporta algo positivo y cuando se nota que el autor ha pensado en el sitio y ha puesto cuidado en su trabajo.
Sin embargo, no todos los grafitis son así, porque también están los que solo son firmas rápidas, cosas raras o dibujos que no dicen nada y que incluso pueden hacer feo el sitio. En esos casos no me parece bien, y desde luego no lo consentiría, ya que no se trata solo de expresarse, sino también de respetar los espacios ajenos.
Aunque reconozco que alguna vez un grafiti me haya gustado, como el que apareció en la puerta del garaje porque era bonito, eso no significa que esté bien hacerlo sin permiso. No todos los vecinos opinan lo mismo, y al no ser su propiedad, los grafiteros no pueden hacer como si lo fuera. La libertad de expresión es importante, pero no da derecho a pintar donde uno quiere. Por eso creo que siempre se debería pedir permiso, para que haya respeto, acuerdo y para que el arte se pueda disfrutar sin causar problemas. En este caso, no quiero pintar la puerta del garaje. Aun así, entiendo a los vecinos que si que quieren pintarla.
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