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 Imagina que te acabas de mudar con tu pareja a un piso nuevo. En tu rellano solo hay dos puertas: la tuya y la de una vecina mayor, muy simpática y amable. Desde el primer día se gana tu cariño. Es de esas personas que siempre saludan, te ofrecen café y te cuentan historias. Con el tiempo, le coges aprecio y te alegras de tenerla cerca.


Un día, mientras la ayudas a subir una bolsa de cuero muy pesada, le da un ataque y muere de repente. Es un momento impactante. Cuando revisas la bolsa, descubres que está llena de billetes y un sobre con sus últimas voluntades. En el documento explica que quiere donar todo ese dinero a un partido político de ultraderecha, contrario a la inmigración, al feminismo y que niega el cambio climático.


Ahí empieza el dilema. Legalmente, deberías cumplir su deseo, pero moralmente te cuesta aceptar que ese dinero acabe en manos de una organización que difunde odio y desinformación. Por otro lado, quedarte con el dinero también estaría mal: sería robarle, aunque ya no esté.


La situación te obliga a pensar qué pesa más: el respeto por la voluntad de una persona que apreciabas o tus propios valores. Algunos dirían que hay que cumplir su decisión por ética. Otros, que hay límites morales que no se pueden cruzar.


No hay una respuesta fácil. Al final, lo que decidas dice más de ti que del dinero o de ella.


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