IKER BLOG VI
Apenas llevábamos una semana viviendo en el nuevo piso cuando la conocí. El rellano era pequeño con dos puertas enfrentadas, la nuestra y la de una anciana que parecía salida de otra época. Siempre olía a colonia de lavanda y galletas recién horneadas. Nos recibió con una sonrisa y un bienvenidos, hijos míos, como si fuésemos de su propia familia. Mi pareja y yo veníamos de un barrio bullicioso y caro, y buscábamos un lugar tranquilo donde empezar una vida más estable. Lo último que esperaba era encontrar en aquel edificio silencioso a una vecina tan amable. Poco a poco, se convirtió en parte de nuestra rutina. Nos dejaba tuppers con croquetas, nos contaba anécdotas de su juventud y se reía de sí misma con una alegría contagiosa.
Una tarde de invierno, mientras subía la compra, la vi en el portal. Cargaba una bolsa de cuero enorme, visiblemente pesada. Quise ayudarla, pero al principio se negó, orgullosa como siempre. Al final aceptó con un suspiro. Apenas entramos en el ascensor, se llevó la mano al pecho. Todo fue tan rápido que no tuve tiempo ni de asimilarlo. Cuando llegó la ambulancia, ya no había nada que hacer.
Después de que se la llevaran, me quedé solo en el rellano con la bolsa en el suelo. Era de cuero viejo, con un cierre dorado. No sé si por nervios o por instinto, la abrí. Dentro había fajos de billetes perfectamente ordenados y un sobre blanco con su nombre escrito. Lo abrí y vi que ese dinero lo iba a invertirlo en una campaña ultraderechista de VOX. Me quedé inmóvil. No me lo podía creer. Aquel dinero, toda su herencia, iba destinado a un partido de ultraderecha fascista. Sentí una punzada de rabia y decepción. La misma mujer que me ofrecía bizcochos y sonreía con ternura quería financiar el odio. Esa noche no dormí. Daba vueltas en la cama, con la conciencia dividida. Pero una parte muy fuerte de mi interior me gritaba que no podía permitir que ese dinero sirviera para alimentar discursos que destruían todo en lo que creía.
Pasaron los días y nadie reclamó nada, ella no tenía hijos, ni familia, ni testamento legal. Nadie sabía de la existencia de esa bolsa. Solo yo. Y entonces tomé una decisión que aún hoy me acompaña: me quedé con el dinero. No por codicia, sino por convicción. Si ese dinero tenía que cambiar el mundo, lo haría en la dirección contraria a la que ella había elegido.
Nos compramos diferentes cosas aprovechando la abundante cantidad de dinero que habia en la bolsa pero también usamos una buena parte para hacer el bien. Donamos a asociaciones feministas, a refugios de migrantes, a proyectos ecológicos. A veces pensaba que, sin saberlo, aquella anciana había acabado ayudando a construir el mundo opuesto al que quería financiar. Me hacía sonreír esa idea.
Por mucho que la gente pueda pensar que hice mal, no cumplí su voluntad, cumplí la mía: que ningún dinero sirva para oprimir, sino para construir. Si eso es un crimen, que así sea. Yo lo llamo justicia y libertad.
Comentarios
Publicar un comentario