Blog 6 Markel
Todo empezó cuando mi pareja y yo nos mudamos a nuestro nuevo piso. Era un edificio tranquilo, y en nuestro rellano solo había dos puertas: la nuestra y la de una vecina mayor. Desde el primer día, ella fue super amable. Siempre sonreía, nos traía caramelos, y nos contaba historias de cuando era pequeña. Me recordaba un poco a mi abuela. Poco a poco, empezamos a tener confianza y hablábamos casi todos los días. Un día la vi en el pasillo con una bolsa muy grande. Parecía que pesaba mucho, así que me ofrecí a ayudarla. Ella insistía en que no necesitaba ayuda, pero al final la acompañé hasta el ascensor. De repente, empezó a sentirse mal. Le dio un ataque y cayó al suelo. Llamamos a emergencias, pero no pudieron hacer nada. Murió allí mismo, delante de mí.
Yo estaba en shock. No sabía qué hacer. Cuando llegue a la policía, me preguntaron si ella tenía familia. Yo dije que no, porque me lo había contado muchas veces. Después de un rato, recordé la bolsa. La abrí, pensando que tendría medicinas o papeles importantes, pero me quedé sin palabras. Estaba llena de billetes. Entre la cantidad de billetes había un sobre con una carta. Era su testamento. Decía que quería donar todo su dinero a un partido político de ultraderecha. Un partido que odia a los inmigrantes, que dice que el cambio climático no existe y que no cree en la violencia de género. Al ver eso me quedé helado, y sin palabras, pensando por segundos si todo esto era verdad o era un sueño.
Esa señora siempre había sido muy amable y buena conmigo. Pero esa carta me hizo dudar. Entonces pensé y dije, si cumplo su voluntad, ese dinero se usará para cosas malas, para dividir a la gente. Pero a la vez, si me lo quedo, estoy robando. Y robar está mal, aunque tenga buenas intenciones. Pasé noches sin dormir. Pensaba en ella, en sus palabras, en todo lo que me había enseñado. También pensaba en lo que significaba hacer lo correcto. Al final, decidí no quedarme el dinero. Fui a la policía y lo entregué, junto con la carta. Les expliqué todo lo que había ocurrido.
Creo que hice lo correcto. No soy nadie para cambiar lo que otra persona quiso hacer con su dinero, aunque no esté de acuerdo. Pero tampoco quise que se usará para hacer daño. Así que pedí que lo revisaran y que al menos el dinero no terminará en malas manos.
Esa experiencia me enseñó algo muy importante. A veces hacer lo correcto no te hace sentir bien, pero siempre hay que hacerlo por el bien de todos. Y aunque ella tuviera ideas que yo no compartía, la seguiré recordando como la vecina buena que me contaba sus historias y me sonreía cada mañana.
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