Lipograma sin la letra "E"

Un domingo común, yo fui con un amigo rumbo a una montaña. Llovió mucho por la mañana, y un olor a pino nos gustó muchísimo. Trajimos un saco con fruta, un pan duro y poco vino. Subir no costó, todo fluyó con calma.
Caminamos con ilusión, charlamos, jugamos, y un rato dormimos junto a un río frío. Un ruido brusco nos pilló y un zorro curioso surgió. No huyó, nos miró fijo, como pidiendo un mimo. Mi amigo tomó un plato con pan y lo puso junto a un tronco.
Otro zorro corrió, olió un poco, y lo trajo consigo. Nos miramos sin mucho diálogo, como un shock cómico y lindo. Un minuto común, mutó un punto digno para contar.
Volvimos con cansancio y polvo, con ropa sucia, y con un síntoma curioso. 

Hoy, aún lo contamos, y no nos cansamos, pues un zorro diminuto nos dio un giro mágico.
Un día común cultivó una unión. Mi amigo sonrió mucho, yo igual. Un vínculo humano brotó sin control. Y un símbolo guardó.

Un zorro chiquitito logró lo dichoso, nos dio un triunfo sin lujo, un colorido distinto,
un motivo común, un hilo simbólico, lo cual nos unió mucho. 
Por un tramo largo, la montaña nos invitó a mirar, a oír, a tocar todo lo vivo. Un curioso sol bajó, y un color cálido cubrió los troncos, los ríos y un camino. Cada paso daba curiosidad y risas. Un lindo pájaro cruzó sin aviso, y un árbol mostró sus frutos ocultos, como si todo concordara con una historia.

Al final, un hogar nos aguardó, con ropa mojada y zapatos manchados, igual, con un corazón sano y un flashback que no morirá nunca.

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