Blog Eva Llaguno

Hace menos de un mes me mudé con mi pareja a un piso en el centro de Bilbao. El edificio es muy pequeño y acogedor, en nuestro rellano solo está nuestra puerta y la de nuestra vecina. La conocimos cuando estábamos haciendo la mudanza, vino a saludarnos y a decirnos que si necesitábamos ayuda contáramos con ella.  Era una señora mayor, de unos 70 años y nos contó que no tenía a nadie más en la vida porque no había tenido hijos y su marido había fallecido. Nos cayó muy bien desde el primer momento y teníamos una buena relación con ella; ella nos solía dar bizcochos y galletas y nosotros por nuestra parte, le ayudábamos cuando tenía problemas con el móvil o cuando le llegaban cartas del banco que no entendía.  


Un día, volviendo del trabajo, la vi con una bolsa muy pesada. Me ofrecí a llevársela hasta casa porque no teníamos ascensor. Al subir las escaleras la noté un poco fatigada y de repente, le dio un infarto. De un momento para otro murió. Me impactó muchísimo pero lo que más me sorprendió fue encontrar dentro de esa bolsa una gran cantidad de dinero y una carta en la que decía que quería donarlo todo a un partido político de ultraderecha, racista y que negaba la violencia de género.


Por un momento me planteé que debería de hacer, pero enseguida lo vi claro, no podía permitir que ese dinero acabase en un partido ultra derechista. Así que, decidí donarlo a una asociación que trabajaba ayudando a los inmigrantes. Nunca me hubiese imaginado que esa señora tan simpática pudiese votar a ese tipo de partido, que tuviese esa ideología. Nunca llegamos a hablar de política. Desde luego, yo nunca tuve ningún remordimiento de conciencia al no cumplir su última voluntad porque pienso que así el dinero está mucho mejor empleado.


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